Por Harold Alvarado Tenorio
Una foto ha dejado a Olga Chams Eljach de siete años. Tiene una diadema de flores y un inmenso ramo de orquídeas en sus manos. Está sentada en un tapete, con largas medias tobilleras y su rostro no delata, ciertamente, que en su madurez sería ese ser adorable, que todos los que la han conocido, recuerdan en su hermosa y amplia casa del barrio Prado, sentada en una silla de mimbre, meciendo su frágil cuerpo en el cuadrado blanco y negro del piso, mientras desde el fondo tenue de las cortinas emanaba alguna melodía del romanticismo y ella nos mira con sus claros ojos, casi celestes y la miel de sus cabellos parecen ser su tenue y tierna voz que viene de la historia milenaria de los desiertos del mundo, con sus amables costumbres para hacer placida la visita del transeúnte. Todo ello evoca su poesía afligida de amores y mares, casualidades, descuidos, besos, soledades y llanto mudo. Esa bella niña había nacido en Barranquilla y fue bautizada como Olga Isabel Chams Eljach, hija de una pareja de libaneses, país a donde iría con sus padres cuando tuvo nueve años, cruzando el Atlántico en barco. Cuando cumple quince años, la revista Vanidades, de La Habana, publica sus primeros versos, donde usa un apodo que luego la perseguirá hasta nuestros días.
Uno de esos poemas era Vuelo: Blancas gaviotas, hermanasgemelas del alma mía;si tuviere vuestras alasbien lejos que volaría. Con qué nostalgia infinitaos miro cruzar los cielosy perderos sobre el mar…igual que locos anhelos. El alma tengo colmadade sueños de lejanías.Blancas gaviotas hermanas,yo con vosotras me iría. Si mi alma no fuese alma…una gaviota sería… donde ya aparecen varios de los rasgos que distinguirán su poesía y que le harán una excepción entre la legión de mujeres poetas que surgieron en América durante los años de la posguerra: imágenes de extremada sutileza, un alma que sueña con mundos lejanos y que quiere ser gaviota, o un viento que es un río de jazmines, o una mariposa que es la misma danza de los colores del verano. Aún cuando haya vivido la mayor parte de su vida en Barranquilla y en su casa se reunieran a menudo los miembros de esa invención llamada Grupo de la Cueva (“La única mujer que considerábamos como parte del grupo era ella… Eran memorables las veladas en su casa con los escritores y artistas famosos que pasaban por la ciudad”, ha escrito García Márquez en sus memorias), por la frescura que trajo su obra en una hora cuando el piedracielismo hizo todos los estragos posibles e influyó de manera contradictoria tanto en los poetas como y mucho más en los narradores, Olga Chams Eljach debe ser considerada parte de la generación de Mito.
Charry Lara y Chams Eljach son dos de las variantes del grupo que más prolongan las tradiciones hispanas de la poesía de ese tiempo: lejanía de la experimentación e iconoclasia de los vanguardismos, matización de las tradiciones clásicas desde hondas miradas a la intimidad, nova et vetera. Así parece haberlo intuido Gabriel García Márquez en 1951 cuando escribió que en la poesía de Chams Eljach “el dominio del instrumento se ha purificado progresiva y sistemáticamente a través de sus libros dando a (ella) una posesión de su claro universo interior y le ha permitido rescatar, de su estado de alma, la correspondencia intima del mar exterior que ella tanto ama, de las golondrinas que tanto persigue, del amor que tanto la alegra y le duele en una dimensión diferente de las conocidas, y sólo de ella”. Y precisamente y por igual sus libros han recibido los encarecimientos entusiastas de escritores como Ramón Vinyes, Eduardo Zalamea Borda, Helcías Martán Góngora, Javier Arango Ferrer, Andrés Holguín, Fernando Charry Lara, Cobo Borda, Helena Araújo, o Nayla Chehade, quien ha dicho de la obra de la poeta de Barranquilla: “Voz de aliento inquebrantable, siempre fiel a si misma, Olga Chams Eljach a través de su poesía tiene la virtud de producir ese estado poético que según Valery hace del lector un inspirado que busca y encuentra en la poesía la causa maravillosa de su maravilla”.
Olga Chams Eljach cuidó por más de treinta años los libros de la biblioteca que hoy lleva su nombre. Y ha recibido numerosos reconocimientos por su obra, entre ellos la medalla Simón Bolívar del Gobierno de Colombia, el Premio Nacional de Poesía de la Universidad de Antioquia y la Orden de la Democracia del Congreso. Ahora es candidata a Reina Sofía de la Corona Española. Sin duda alguna lo merece. Felicitaciones Olga, reina del Líbano, princesa de Barranquilla, niña de Colombia.
Véase Poesía y prosa de Meira del Mar, Barranquilla, 2003, editada por Ariel Castillo, Betty Osorio y María Mercedes Jaramillo.
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