por JORGE ORLANDO MELO
EL TIEMPO
Aunque los jóvenes colombianos tienen gran confianza en su sabiduría, la realidad no confirma sus ilusiones. En las pruebas educativas internacionales, como TIMS y PISA, están entre los que, antes del examen, se creen más sabios y capaces, pero quedan en los últimos puestos, a gran distancia de países como Finlandia o Corea.
¿Por qué son tan débiles nuestros estudiantes? Es difícil precisar las causas. La calidad de maestros y padres es esencial, pero mi hipótesis es simple: nuestro sistema escolar sigue basado en métodos que no promueven la lectura, que es el eje de la cultura científica y humanística de hoy.
Los colombianos aprenden a leer al mismo tiempo que los de otras partes, pero practican esta habilidad raras veces, mientras en los demás países la cultura y el sistema de enseñanza promueven un uso frecuente del libro o el computador. Un niño que aprendiera a nadar y solo se ejercitara de vez en cuando no podría competir 10 años después con los que hubieran entrenado una o dos horas diarias.
Del mismo modo, los colombianos no pueden compararse con los finlandeses, que, como decía la Ministra de Educación de ese país al explicar sus altos resultados, se acostumbran a prestar libros de sus bibliotecas desde los 4 años. Los adolescentes colombianos leen mal, tienen un vocabulario limitado, les cuesta seguir argumentos escritos complejos, no saben buscar información, no evalúan la pertinencia y solidez de lo que leen y más del 90 por ciento, según el examen del Icfes, no tiene capacidad de lectura crítica. No dominan la herramienta principal del conocimiento.
Por supuesto, muchos niños desarrollan estas habilidades, pero son, sobre todo, los que provienen del escaso 20 por ciento de hogares donde hay libros y computadores y la lectura es frecuente. Los que más sufren esta carencia son los niños que van a los colegios públicos y privados más pobres, donde no hay libros, y viven en casas donde tampoco hay libros ni computador.
En 12 años habrá computadores en todas partes. El Gobierno busca que en el 2010 haya uno por cada 20 estudiantes, y para el 2019, o quizá un poco antes, habrá al fin un computador para cada niño. Mientras tanto, la mayoría de los niños que ya están en la escuela o entren a ella en los próximos años, estudiarán sin computadores ni libros. Gran parte de esa generación habrá perdido la oportunidad de formarse como lo exige nuestro tiempo.No es fácil cambiar a padres y maestros. Pero mucho podría remediarse con algo más sencillo. El Gobierno actual, con eficacia, ha dotado de bibliotecas unos 800 municipios. Pero solamente en algunos programas escolares, como Escuela Nueva, se toma realmente en serio el libro. A las bibliotecas públicas, parece, van apenas los niños que han adquirido, casi por azar, el hábito de la lectura. Que encuentren buenos libros allí es un gran avance, pero no suficiente.
¿Qué hace falta? Libros en las escuelas, para que todo niño pueda caer en ese vicio creativo, sin darse cuenta, en el proceso diario de formación. Y dotar las escuelas es fácil y barato. Si el Estado pone un libro por cada niño, está ofreciendo 30 o 40 libros por salón, y cada niño tendrá 400 o 500 libros para leer a lo largo de sus estudios, que podrá completar con los de la biblioteca pública. Un libro por niño son diez millones de ejemplares, que cuestan menos que dos kilómetros del Metro de Bogotá o que la mitad del subsidio que se da cada año a los empresarios agrícolas. El problema no es de recursos, sino de decidir si los niños merecen este regalo, o si es preferible usar esa plata en cosas más importantes.
En 15 años no necesitaremos libros en las escuelas: los niños leerán, mal o bien, en equipos electrónicos. Pero los niños de hoy, que no alcanzarán a tenerlos, se merecen un último regalo.www.jorgeorlandomelo.com
Jorge Orlando Melo
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